A menudo, como ya hemos visto en artículos anteriores, suele confundirse el hecho de hablar dos idiomas con la capacidad de una persona para traducir textos o interpretar discursos. Todos nosotros, los que hemos estudiado idiomas durante nuestra etapa educativa, sabemos que no es lo mismo estudiar un idioma que hablarlo o escribirlo, y mucho menos que entenderlo. Si bien es cierto que algunas personas se conforman con lo aprendido durante ese periodo, algunos de nosotros profundizamos más en ese aprendizaje ya sea por necesidad profesional o porque realmente nos apasiona la lengua que hemos estudiado.
Es esa profundización la que muchas veces nos lleva a pensar que alguien que sabe más que nosotros sobre el idioma en cuestión puede ser traductor o intérprete. Total, si saben hablarlo, ¿cómo no van a saber traducirlo o interpretarlo? Este es un pensamiento ampliamente extendido dentro de nuestra cultura, y como en anteriores ocasiones, nos gustaría aclarar que no todo el mundo que sabe dos idiomas puede traducir e interpretar.
Baste como ejemplo una expresión que en nuestro círculo es bastante conocida:
«Hablar dos idiomas convierte a alguien en traductor o intérprete de la misma forma que tener dos manos lo convierte en pianista».
Nadie duda, ni dudará jamás, que el simple hecho de tener dos manos no nos hace a todos pianistas, así que, ¿por qué entonces pensamos que hablar dos idiomas nos hace a todos traductores o intérpretes?
Los idiomas y los traductores e intérpretes.
Para empezar, existen muchos niveles dentro del aprendizaje de un idioma, y que uno pueda entenderse utilizándolo no demuestra más que el conocimiento del mismo. El gran mito del «nivel medio» de un idioma no convierte a nadie en traductor ni en intérprete, como mucho lo posiciona dentro de un grupo de personas que son capaces de comunicarse (de mejor o peor manera) en la lengua de marras. El aprendizaje de una segunda lengua que emprenden el traductor y el intérprete es profundo y a la vez ilimitado: nunca dejará de estudiar y aprender ese idioma, ya que se convertirá en su herramienta de trabajo y tendrá que ahondar en él en cada encargo que le surja, a cada paso del camino.
Para el traductor o el intérprete, entender la conversación en general, sacando por contexto aquella información que no hemos captado, no es suficiente. Ellos necesitan obtener toda la información, entender hasta el último matiz de un texto o una conversación para poder trabajar. Cualquier detalle puede llegar a ser crucial si se elimina o se añade al original. Un profundo conocimiento de la segunda lengua es elemental para poder llegar a ser un buen traductor o intérprete, pero no es el único factor importante en estas profesiones.
La lengua materna.
Aunque pueda sonar paradójico, el conocimiento de la lengua materna es el otro factor importante para estos profesionales. Aunque todos sabemos hablar y escribir en nuestro propio idioma, hay también diferencias cruciales del uso que hacemos de la lengua unos y otros. Mientras que el hecho de hablar o escribir bien puede ser para la mayoría de los hablantes nativos una cuestión de orgullo o de educación, para el traductor y el intérprete será decisivo en el desempeño de sus labores.
Un exhaustivo conocimiento y uso del idioma materno será lo que diferencie un buen profesional de un falso traductor e intérprete. Porque a la hora de traducir e interpretar, es tan importante entender el mensaje que se quiere transmitir en la lengua de origen como expresarlo con las palabras adecuadas en la lengua de destino, transmitiendo no solo el mensaje general sino también todos aquellos matices, guiños, juegos de palabras o dobles sentidos que lo acompañan.
¿Qué se necesita para ser un buen traductor?
Cada uno de estos profesionales, además, debe poseer algunas aptitudes que en general no son reconocidas. El traductor que, como aclaramos ya en otros artículos, se dedica a trasladar textos escritos de una lengua a otra, no solo deberá tener un elevado dominio de ambas lenguas, la materna y la lengua desde la que traduce, sino también ser un buen escritor. Deberá no solo entender el texto, sino también ser capaz de desmenuzarlo para después volver a recomponerlo en el idioma de destino sin perder en el camino significados, matices o estilo.
Su mejor trabajo será aquel en el que el lector no sea capaz de reconocer sus pasos en el texto, y por tanto, tendrá que meterse en la piel del autor, estudiarlo y entenderlo intensamente, al tiempo que deberá fundir su propio estilo con el del autor para que ambos lleguen a ser uno solo en el texto traducido.
En este viaje, el traductor deberá investigar la terminología y el campo sobre el que versa el texto y hacerse un experto en el tema que el autor trata, ya que solo así podrá llegar a entender lo que el autor explica de una forma tan profunda como la del propio autor. Pero además, deberá reconocer la tipología del texto, sus elementos macrotextuales y microtextuales y examinarlo a todos los niveles lingüísticos para que el resultado de su lectura sea el mismo en ambos idiomas.
¿Y para ser un buen intérprete?
El intérprete, sin embargo, deberá ser un buen orador. Su discurso deberá ser impecable, incluso si el del hablante en el idioma de origen no lo es. Su gran capacidad de síntesis y de análisis hará que pueda tomar decisiones arriesgadas en décimas de segundo, el tiempo que se le concede para pensar, analizar y decidir, al tiempo que será capaz de simplificar y generalizar los elementos del discurso. La capacidad de concentración es otra de las aptitudes esenciales de un buen intérprete, ya que debe dividir su atención para escuchar, analizar y entender el discurso por un lado, mientras por otro sintetiza, memoriza y habla (como en el caso de la interpretación simultánea) o toma notas (interpretación consecutiva). Además, el intérprete deberá ser capaz de controlar en todo momento los nervios y el miedo escénico.
Lo mejor de cada uno y de ambos en común.
Además de estas aptitudes que cada uno necesita para ser un buen profesional, hay algunas que requieren ambos campos. Los dos son mediadores culturales, y por tanto, será imprescindible que además del idioma sean profundos conocedores de la cultura que lo rodea. La capacidad de documentación y el gusto por la lectura son también cualidades fundamentales para su trabajo, ya que los textos o discursos a los que se enfrentan versarán sobre diferentes temáticas en las que tendrán que bucear para poder entender a la perfección los mensajes y transmitirlos en su totalidad acudiendo al vocabulario más específico posible.
Por último, resaltaremos también la honradez. De la misma forma que una persona que habla dos idiomas no está, de por sí, capacitada para ser traductor o intérprete, tampoco un traductor ni un intérprete están capacitados para traducir o interpretar en todos los campos. Cada uno de nosotros sabe qué trabajo puede hacer mejor y cuál se puede escapar de su radio de acción. Por tanto, la honradez juega un papel fundamental a la hora de aceptar un encargo cuyo resultado sabemos no va a tener la calidad debida.
¿Crees que hemos olvidado alguna cualidad que deban reunir los buenos traductores o intérpretes?
¿Sigues pensando que todos estamos capacitados para ser traductores o intérpretes?
Nos encantaría leer tu opinión sobre el tema.
¡Excelente articulo! Muchas gracias por compartir esta información que permite derrumbar muchas ideas erróneas relacionadas al ejercicio de la interpretación y la traducción. Un saludo afectuoso.
Gracias a ti, Daniel, por leerlo y dejarnos el comentario. Nos alegra mucho que te haya gustado. Un saludo.